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La Leyenda del Popocatépetl e Iztaccíhuatl

La Leyenda del Popocatépetl e Iztaccíhuatl

Jaime Romay

Hace mucho de tiempo, cuando los ancestros originales gobernaban el Valle de México, los menos afortunados eran sacrificados como tributo a los dioses en los que creían aquellas civilizaciones; mientras que los más afortunados, los nobles, magos y reyes se deleitaban de tales acontecimiento con gran entusiasmo.


En esos tiempos de antaño, cansado de la opresión, el Cacique de Tlaxcala decidió luchar por la libertad de su gente y comenzó una arremetedora guerra entre los Aztecas y Tlaxcaltecas. Pero había un problema del que él no estaba enterado. La bella princesa Iztaccíhuatl, hija del cacique de Tlaxcala, se vio hechizada por el amor que le hizo sentir el joven Popocatépetl, uno de los principales guerreros de este pueblo. Ambos se profesaban un amor inmenso, como almas gemelas, antes de ir a la guerra, el joven pidió al padre de la princesa su mano si regresaba victorioso del cruento choque de ejércitos. El cacique de Tlaxcala fue convencido, prometiendo recibirlo con la bienvenida de un festín del triunfo y el lecho de su amada. El audaz guerrero se preparó. Runió a sus hombres, los equipó con armas y partió al infierno que se avecinaba. Pero antes de tal mission que solo valientes y crudos guerreros pueden realizer, escuchó la promesa de la princesa. Que lo esperaría el tiempo que los dioses le den para vivir hasta su regreso para unir sus espíritus en santo matrimonio. Pero al poco tiempo, un envidioso rival de Popocatépetl, inventó que había fallecido en la gran batalla. Al enterarse la princesa Iztaccíhuatll, su alma se despedazó, ya la vida no significaba nada, la comida era ceniza en su boca, el agua era hielo en su garganta, el calor de las manos de su padre eran lava en su piel, la vida ya no tenia sentido sin su amado. Lloró amargamente la muerte de su querido amigo y amada pareja…y luego murió en sus amargas lágrimas. Popocatépetl venció en todos los combates y regresó triunfante a su pueblo, pero al llegar, recibió la terrible noticia de que la hija del cacique había muerto. De nada le servían la riqueza y poderío ganados si no tenía su amor. Entonces, para honrarla y a fin de que permaneciera en la memoria de los pueblos, Popocatépetl mandó que 20,000 esclavos construyeran una gran tumba ante el Sol, amontonando diez cerros para formar una gigantesca montaña. Desconsolado, tomó el cadáver de su princesa y lo cargó hasta depositarlo recostado en su cima, que tomó la forma de una mujer dormida. El joven le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló en otra montaña frente a su amada, velando su sueño eterno. La nieve cubrió sus cuerpos y los dos se convirtieron, lenta e irremediablemente, en volcanes. Desde entonces permanecen juntos y silenciosos Iztaccíhuatl y Popocatépetl, quien a veces se acuerda del amor y de su amada; entonces su corazón, que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa un humo tristísimo… Durante muchos años y hasta poco antes de la Conquista, las doncellas muertas por amores desdichados eran sepultadas en las faldas del Iztaccíhuatl. En cuanto al cobarde tlaxcalteca que por celos mintió a Iztaccíhuatl sobre la muerte de Popocatépetl, desencadenando esta tragedia, fue a morir desorientado muy cerca de su tierra, también se convirtió en una montaña, el Pico de Orizaba y se cubrió de nieve. Le pusieron por nombre Citlaltépetl, o “Cerro de la estrella” y desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca, jamás podrá separar.


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